La necrofilia, de unas palabras griegas que significan atracción por la muerte (o por los muertos) es una perversión sexual consistente en hallar el máximo placer, cuando no el placer exclusivo, haciendo los tocamientos y fogosidades con personal ya fallecido. La definición estricta sería que necrofilia es la excitación sexual provocada por la contemplación, el contacto, la mutilación o la evocación mental de un cadáver.
La necrofilia propiamente dicha es la que aparece realizando la conjunción cadavérica por las vías naturales, y también analmente, con cadáveres previos y apetecibles (para el necrófilo). Puede ser ocasional, cuando alguien muy desesperado coincide con un cadáver que le atrae y hace lo que puede con él. Es sádica cuando la previa es matar al oponente, para copular post-mortem con su cuerpo.
Los casos de necrofilia, ampliamente descritos por los expertos en medicina legal, incluyen copulaciones con cadáveres de niños de pocos meses, hasta ancianos o ancianas de más de setenta años de edad. El trágico "violador de Lesseps" en Barcelona (1999) violentó, mató y copuló con varias ancianas de más de 85 años. La última de ellas a los dos días de salir de la cárcel por buena conducta, tras haber pasado unos doce años en ella por travesuras idénticas.
Existe una "necrofilia de guerra" entre los pueblos primitivos. La violación de las mujeres muertas, o de hombres, sería una actividad trivial entre ciertas tribus nómadas del norte de África en tiempos antiguos. Claro que, más recientemente, se han visto cosas muy similares en las guerras de los Balcanes europeos, y, probablemente, en cualquier guerra. Entre los Kimbamba de África está permitido que el novio, si se le muere la novia durante la boda, copule con el cadáver para celebrar como Dios manda la fiesta nupcial; las canciones indígenas aluden alborozadas a gozosos embarazos después de la muerte.
¿Cómo es que los pervertidos necrofílicos hallan apetitoso un cadáver?
Veamos: los cadáveres presentan tres características golosas:
La frialdad.
La inmovilidad.
El mal olor.
La primera de ellas no siempre es despreciada. Un comisario de policía español al que oí por la radio, decía que uno de sus recalcitrantes necrófilos, al ser preguntado por el tema, respondía: "Usted no sabe, señor comisario, lo excitante que es la dulce frialdad de la muerte". El comisario aseguraba que ni sabía, ni sabría nunca.
Estas condiciones son las que excitan a algunos degenerados, lo que les convertiría en algo así como fetichistas, o masoquistas-fetichistas.
Algunos necrófilos se aparean únicamente con partes del cadáver que, previamente, disecan. Un vagabundo madrileño, en 1999, fue detenido tras haberse cargado unos cuantos colegas del mismo sexo. Unas partes se las comía, por ejemplo, los genitales, mientras que las cabezas las guardaba para copular oralmente introduciendo su pene por las bocas del patético despojo hasta que la podedumbre le aconsejaba tirarlas al contenedor de basura. Cuando, detenido, se le preguntó por sus motivos para el canibalismo, dijo en tono exculpante: "Lo hice porque tenía hambre". Por lo visto, también iba algo salido.
El carnicero de Rostov, ajusticiado en la década de los 90 en Rusia tras diecisiete años de tareas y 50 muertos entre niños y niñas, se masturbaba mientras estrangulaba o acuchillaba a sus víctimas, y llegaba al orgasmo en el momento en que éstas exhalaban el último suspiro. El muy degenerado cortaba algunas partes de sus cuerpos, sobre todo los genitales, que después deglutía en bocadillos.
El Dr. Hannibal Lecter, el interesante protagonista de "El silencio de los corderos" no es un necrófilo propiamente dicho sino un sádico de la peor especie, que goza deglutiendo pedazos de sus víctimas mientras éstas están aún vivas y tienen que mirarle mientras él se dedica a tan reprobable menester.
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