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Según muchos la Maldición de Bolívar parece estar a punto de cobrar su última víctima. ¿Sera Hugo Chávez ?.

Para muchos venezolanos, la orden de Hugo Chávez de abrir el sarcófago donde estaban los restos de Simón Bolívar, ha sido la causa de una secuela de muertes en el entorno chavista.

El 16 de julio del 2010, por orden de Hugo Chávez, se abrió en su presencia el sarcófago donde estaban los restos de Simón Bolívar. La llamada “maldición del panteón de Bolívar” es una leyenda que crece entre los venezolanos, y con el anuncio del tumor canceroso del presidente Chávez ha alcanzado mayores proporciones.
Para muchos venezolanos, la profanación de la tumba, ha sido la causa de una secuela de muertes en el entorno chavista:
Guillermo García Ponce, director del diario Vea, uno de los históricos de la izquierda venezolana, murió en septiembre del 2010.

Ese  mismo mes, víctima de un accidente de transito falleció el gobernador de Guarico, William Lara, ex diputado y ex ministro chavista.
Luis Tascón, diputado partidario de Chávez, quien padecía de cáncer de colon, falleció en agosto del 2010.
El general Alberto Muller Rojas, uno de los asesores presidenciales falleció poco después de la exhumación.
En marzo del 2011 de un infarto del miocardio murió, antes de llegar al hospital, Lina Ron, una de las radicales dirigentes de bases del chavismo.
José Ignacio Meléndez Anderson, hermano del asesinado fiscal Danilo Anderson, recibió varios disparos de un individuo que pretendía robarle un celular.
En La Habana, donde recibía atención médica, murió en junio del 2011, el Contralor General de Venezuela, Clodobaldo Russian.

Los venezolanos han llegado a creer que  la caída de dos helicópteros militares, el accidente de un avión de Conaviasa, la desaparición de tres naves pesqueras y una serie de desastres naturales, son castigo divino por profanar la tumba del Libertador.
La necrofilia se manifiesta con el amor hacia cadáveres y una adoración maléfica que ha llevado a profanar tumbas y hacer del cadáver un objeto de adoración. Se dice que los profanadores son perseguidos por el anatema de los difuntos.
La maldición del Faraón ha caído sobre aquellos que profanaron las pirámides y sus tumbas. La muerte de Lord Carnarvon tras abrir el sarcófago de Tutankamón fue solo el inicio de muchas calamidades.
Durante la Revolución Francesa, por orden de la Convención, se ordenó en 1793 profanar todas las tumbas de reyes, reinas, princesas y delfines que estaban en la Basílica de San Dionisio. Mancillaron los nichos de Felipe III, Isabel de  Aragón, María de Médicis y Luis XIV (El Rey Sol), entre otros. La Revolución Francesa terminó envuelta en sangre.
La mayor necrofilia moderna es la adoración del cadáver de Vladimir Ilich Lenin en la URSS. Todavía en el siglo XXI desfilan ante el cadáver momificado y los nostálgicos del marxismo tienen un verdadero placer ideológico al ver la momia del fundador del estado soviético.
Otro embalsamado fue Iosef V. Stalin, quien al morir en marzo de 1953 fue colocado junto a Lenin. Una noche de octubre de 1956, por orden de Nikita S. Jruschev el cadáver fue profanado, dándole sepultura en la muralla del Kremlin. En la URSS, con sentido de humor ateísta, decían que la maldición de Stalin, acabaría con el poder de Jruschev. Otro día de octubre de 1964 un golpe de estado palaciego sacaba del Kremlin a Jruschev. La profecía se cumplió.

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