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Sentencia y muerte de Poncio Pilato tras la crucifixión de Jesús

Poco se sabe acerca de la vida de Poncio Pilato posteriores al episodio evangélico de la crucifixión. Históricamente se pueden encontrar textos de que atestiguan sus peripecias como prefecto de Judea, su relación con Tiberio y sus continuados esfuerzos por sofocar las rebeliones en Palestina. Sin embargo ninguno de ellos hace referencia a su muerte en relación al encuentro con Jesús. Para encontrar este hecho hemos de buscar en los textos que componen el llamado Ciclo de Pilato y sus anexos como parte integrante de los Evangelios Apócrifos.

Si bien en los Evangelios Canónicos la figura de Poncio Pilato no ha sido empañada  de connotaciones negativas no puede decirse lo mismo echando un vistazo a los textos apócrifos. En la Carta de Tiberio a Pilato, escrita en la época medieval (s. X/XI según los Estudios de Antonio Piñero) basándose en
tradiciones más antiguas, el emperador ordena a Pilato que comparezca ante él en Roma. Allí Tiberio le increpa por haber ejecutado a Jesús, acusándole de haber recibido sobornos por parte de los sacerdotes y termina por condenarlo a muerte. La ejecución ocurriría accidentalmente cuando el emperador, de caza, lanza una flecha a una gacela que abate al prefecto en la cueva en la que se encontraba cautivo.

No es menos truculenta la muerte de Pilato según el Manuscrito Ambrosiano de Milán (S. XIV). Aquí se relata cómo Pilato es conducido ante el Emperador vistiendo la túnica de Jesús. Una vez allí cuenta el manuscrito que Tiberio era incapaz de mostrar enfado alguno mientras que Pilato vestía el manto de Jesús por lo que mandó despojarlo de la túnica para así poder condenarlo a muerte. Tras escuchar la condena Pilato se suicida con su propio cuchillo. Lo más rocambolesco del relato se narra al deshacerse del cadáver. En primer lugar es arrojado al Tíber, donde atrae demonios al fondo del río y causa tempestades. Para evitar estos males se extrae el cuerpo de las profundidades para darle sepultura en el fondo del Ródano aunque viendo que el resultado era el mismo, finalmente se opta por enterrar el cuerpo en un pozo rodeado de montañas en las tierras de Lausana donde, en palabras del manuscrito, “según cuentan algunos, ocurren ciertas maquinaciones diabólicas”.

De modo diametralmente opuesto, la Paradosis o Tradición de Pilato (escrito en torno al siglo VII recuperado de un texto más antiguo en griego) culmina de gloria al prefecto el cual, si bien es ejecutado por decapitación, pide perdón a Jesús por la sentencia dictada. En este episodio una voz del cielo lo llama bienaventurado por haber ocurrido en su época la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.
A modo de apunte final llama la atención por una parte la ausencia de mención sobre estos sucesos en los Evangelios Canónicos y por otra parte, como consecuencia de lo anterior, la polaridad con la que se juzga al prefecto en la antigua tradición cristiana.

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