¡Libre de ataduras sexuales! ¡Es real! Tú también puedes caer… un estudio completo
"Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte"(Santiago 1:13-15).
¡Es real! Tú también puedes caer…
Eran pasadas las doce de la noche. Sólo estaba encendida la luz del cuarto de estudio. Afuera llovía fuertemente. Orlando se restregó los ojos con el dorso de las manos. Estaba cansado. Llevaba mucho tiempo frente al computador. Su esposa se asomó a la puerta. Estaba adormilada.
--No puede creer que estés otra vez en lo mismo—le dijo, en tono de reproche.
--Tranquila, ya apago el computador. Voy para allá—se defendió.
Era la quinta vez en menos de un mes que, aprovechando el profundo sueño de ella, él se conectaba al Internet para ver pornografía. Aunque no quería admitirlo, se había convertido en una poderosa adicción.
Lo más preocupante era que justo al amanecer del domingo, debía estar al frente de la congregación presidiendo la oración preparatoria del culto…
En otro espacio diferente, esa misma noche, Rómulo no podía conciliar el sueño. No sabía qué hacer. Aunque se esforzaba por vivir conforme a la Palabra de Dios, sentía la impotencia de caer una y otra vez en adulterio con una compañera de oficina.
Una relación de vieja data. Todo comenzó como una amistad que estrechó sus lazos hasta convertirse en un concubinato no declarado. Ni a él ni a ella les convenía un escándalo. Los dos estaban comprometidos y no querían romper sus respectivas relaciones.
Ernesto por su parte despertó con una llamada inesperada en el teléfono celular. Al otro lado de la línea se encontraba su novia. Llevaban un compromiso de diez meses. Ella era la líder juvenil reconocida en la ciudad. Su mayor aspiración era graduarse como abogada.
--No puedo soportarlo, Ernesto. Creo que estoy embarazad…---musitó entre sollozos.
--Debiste decírmelo esta noche…--dijo él.
--Sabes que no hubo tiempo. Además querías que habláramos de otros asuntos y no de mi situación. No se qué hacer…--
--Pero pudiste decírmelo… Además sabes que no estoy para asumir una responsabilidad así… Estoy en la mitad de la carrera de ingeniería y desvincularme de los estudios sería terrible…---argumentó.
Aunque pretendamos desconocer el fenómeno, la inmoralidad sexual está alcanzando dimensiones de epidemia en una sociedad caída como la nuestra. Cada día aumentan los índices de adulterio, embarazos no deseados, adicciones a prácticas sexuales aberrantes y, además, las consecuencias que se derivan de estos comportamientos.
Indistintamente de si queremos o no abordar el asunto a la luz de la Biblia, no podemos cerrar los ojos a la realidad: la dignidad del ser humano se ve vulnerada y las reacciones no se hacen esperar. Los celos, el resentimiento y la desilusión son tres de los resultados que se desprenden de estas actitudes.
Es probable que usted mismo revise su vida y encuentre que la forma como actúa no es la más apropiada. Pone en peligro la relación familiar. Además es probable que le acompañe una sensación de culpa que le sigue a todas partes como una sombra.
Pero puede ocurrir también que considere que no se trata de su problema. Al evaluarse conceptúa que moralmente está sujeto a unos principios y valores que le convierten en alguien sano en su forma de pensar y de actuar. Pero cuidado… ¡Usted puede caer en la inmoralidad sexual!
A través del material que publicamos hoy, estaremos analizando con detenimiento la epidemia—permítame utilizar este término—de la inmoralidad sexual y las terribles consecuencias que desata.
Agradezco infinitamente a quienes me escriben diariamente desde diferentes países con problemas de adulterio, fornicación y toda suerte de adicciones y que, tras aconsejarles y seguir con ellos un proceso de acompañamiento, autorizaron que se utilizaran sus dificultades para ilustrar los diferentes capítulos que publicamos. Lo único que modificamos, por razones obvias, fue el nombre de los protagonistas, así como la ubicación geográfica.
Deseo también testimoniarle mi gratitud a René Mondejar, mi editor en línea, quien a lo largo de varios años ha compartido el sueño de buscar a través de un medio moderno, maravilloso y que a veces califico de "mágico" como es el Internet, para predicar el Evangelio transformador de Jesucristo y las pautas que nos llevan al crecimiento personal y espiritual.
Mi sincero deseo es que este material constituya un instrumento de bendición para su vida.
Capítulo 1
"Porque Jehová es testigo entre ti y la mujer de tu juventud, con la cual has sido desleal, aunque ella era tu compañera y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él un solo ser, en el cual hay abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud."(Malaquías 2:14, 15).
Lo que jamás logrará explicar Safiyatu Huseini fue el dolor que sintió cuando al amparo de la quietud de su aldea en la lejana Sotoko, en Nigeria, entró a su choza Yakubu Abubakar --casado y con dos esposas--, y abuso de ella. Aunque estaba divorciada, el incidente llevo a que se le considerara como adúltera.
--Jamás quise hacerlo…--dijo aun reportero de la CNN, mientras abrazaba a su pequeña Adama, prueba fehaciente de que aquel traumático incidente estuvo signado por el abuso.
La mujer fue condenada a muerte y apeló en varias ocasiones. Buscó que se reconsiderara su caso en una sociedad férrea como la islámica que en su ley, la Sharia, contempla la amputación por robo, los azotes por beber alcohol y la lapidación por adulterio.
A ella la acusaron de adulterio, aun cuando era inocente. A su abusador también. Compartieron igual pena. Sin embargo y como Yakubu Abubakar argumentó que no la conocía, fue absuelto. Se hubiesen necesitado cuatro testigos presenciales del acto para mantener su culpabilidad.
En Nigeria a las mujeres que sufren este tipo de castigo se les arroja en un foso en el que los hombres dejan caer una buena cantidad de piedras hasta que muere.
En otro escenario, los lectores compraron el texto con avidez. Pronto no quedaron ejemplares en las estanterías de ninguna librería. Los libros, impecablemente impresos, no diferían en presentación de cualquier otro. Lo que tornaba diferente aquella edición era su contenido: En ella Edwina Currie, una ex política conservadora, revela que durante cuatro años mantuvo una relación adúltera con John Major antes de que éste fuera primer ministro. Major admitió el hecho "más vergonzoso de mi vida".
Los diarios del mundo no pudieron pasar alto la noticia: Una mujer de Ciudad del Cabo acaba de denunciar que Alex Ferguson, el entrenador del Manchester United, la había manoseado cuando ella lo acercó en su auto al hotel donde paraba. Ferguson dice que la acusación es "ridícula y falsa".
Un caso más: Las autoridades del fútbol inglés tiemblan ante las inminentes revelaciones del libro de memorias de Ulrika Jonsson, la ex amante del entrenador del seleccionado nacional, Sven-Goran Eriksson. Uno de los temores es que la vengativa Ulrika recuerde o invente cosas que ofendan a jugadores importantes, tal vez David Beckham.
Los episodios relatados ilustran lo que personalmente considero es una epidemia de nuestros tiempos: el adulterio.
Una de las impurezas de carácter sexual, que afectan nuestra vida a nivel personal y espiritual, es el adulterio. Una verdadera epidemia en nuestro tiempo. Por su generalización vale la pena que destinemos varios capítulos a su análisis. Es un fenómeno creciente que destruye hogares, provoca heridas en los sentimientos de las personas, mina es esquema de las relaciones entre padres e hijos y, además, genera una sensación de culpa que acompaña a la persona como una sombra.
El alcance e impacto de caer en el adulterio debe ser mirado desde diferentes perspectivas, como en un prisma. La Biblia tiene un enfoque mientras que la psicología y la sociología otro. Como disciplinas coinciden en un elemento: mantener relaciones con otra persona mientras se está comprometido, resulta altamente perjudicial.
Entre los Israelitas, como veremos más adelante, los adúlteros experimentaban las consecuencias de su proceder, no solo con el rechazo y expulsión de la comunidad, sino con la propia muerte mediante apedreamiento. La prohibición de incurrir en este pecado moral quedó expresada en el Monte Sinaí cuando Dios proclamó sus leyes eternas para el pueblo, conocidas en su fase esencial como los diez mandamientos (ver Éxodo 20). En los tiempos de Jesús encontramos ilustrado el castigo en el caso de una mujer que iba a ser ajusticiada por haber sido sorprendida en el acto mismo (Cf. Juan 8:2-11), aunque resulta curioso que el hombre no fuera objeto de señalamiento ni castigo.
Históricamente y dependiendo de los legisladores, en muchos países se ha restado contundencia al adulterio y naciones como Estados Unidos, que se precian de tener sólidas bases de fe cristiana entre sus Congresistas, tiene establecidas muchas triquiñuelas para evadir las consecuencias de incurrir en este tipo de actuaciones.
A tal punto ha tomado fuerza el adulterio en nuestros tiempos, que aún contrariando disposiciones legales existentes, muchos países restan peso al adulterio. En España, por ejemplo, fue despenalizado el 19 de febrero de 1978 mientras que en México se oficializó la despenalización en mayo de 2008.
En Argentina, si bien el Código Penal en el Artículo 118, daba carácter penal a este comportamiento, se derogó mediante Ley 24-453 de 1995. Queda definido, eso sí, que es causal de divorcio en consonancia con los artículos 204 y 214 del Código Civil.
Para los puertorriqueños el asunto es distinto. Adulterar está penado en el Código Civil del 2004, Artículo 130, pero se le considera delito menos grave que solo abre puertas al pago de una multa o prisión hasta por 90 días.
Finalmente y para ilustrar este aspecto, es interesante notar que hasta el momento en que escribía estas líneas, una fría mañana en mi amada Santiago de Cali, todavía no figuraba como penalizado el adulterio en el Perú…
Si queremos tener una aproximación al concepto de adulterio, podemos describirlo como la violación a la fe conyugal. Al menos así lo entendemos en la sociedad Occidental hoy, tal como muchas de las culturas orientales. No obstante la concepción que tenían los romanos era distinta. Si la mujer estaba casada, era adulterio relacionarse con un hombre, mientras que si ocurría lo contrario, no tenía penalización de acuerdo con el sistema legal.
El cristianismo fue el que rescató el principio de que tanto el hombre o la mujer eran adúlteros cuando mantenían una relación al margen del matrimonio.
El emperador Constantino legitimó este principio, dejando sentado que era causal de divorcio en los territorios sobre los que tuviera dominio el imperio romano.
Justiniano, por su parte, declaro el que el adulterio del marido era causal de divorcio para la mujer. La especificación para hacer valedero este derecho es que el hombre fuera sorprendido en la casa de habitación o se tuviera comprobación de mantener la relación ilícita por mucho tiempo (Cf. Novela 117).
Pero si bien es cierto, a raíz del relajamiento que el tema está teniendo en el ámbito legal, no solo en nuestro tiempo sino a través de los siglos, vale la pena ahora el impacto que tiene sobre los componentes de la pareja el trasgredir el principio de fidelidad que se juraron al contraer nupcias.
Hace pocos días leí en un portal internacional de noticias, el resultado de una investigación según el cual la infidelidad tiene orígenes de carácter genético. Esta predisposición genética está sustentada en ciertos estudios, pero no tienen –como en ninguno de los casos a los que aluda la ciencia—una infalibilidad absoluta.
A nivel sicológico hay una premisa que le invito a considerar y es que los factores predominantes alrededor del niño, pueden llevarlo a replicar el comportamiento adúltero de sus padres en su relación matrimonial.
Un segundo elemento, son los condicionantes de la sociedad. En la medida que el mundo nuestro legitima el adulterio, para quienes no han "renovado su mente", puede resultar fácil de aceptar que un comportamiento así es "normal".
Un amigo me refería que adulterar representa para el hombre una forma de satisfacer sus impulsos sexuales que considera, no colma su cónyuge, mientras que en la mujer es una manifestación del deseo de comprobar que aún es atractiva o bien, que desea sentirse amada, valorada, de significación para la vida de un hombre.
Quienes más resultan perjudicados, son los hijos. El impacto sobre sus vidas puede resultar traumático, difícil de superar. En sus corazones puede germinar el resentimiento, odio e incluso, negación del parentesco.
¿Qué decir del cónyuge que sufre el engaño? Sin duda, se ve afectado en su autoestima, se siente traicionado y en el peor de los casos, puede pensar que no confiará jainas en nadie.
Es posible que hayas visto casos de adulterio muy cerca. Tienes claro en tu corazón todo lo que se desprende de este comportamiento, Las consecuencias son desastrosas. Cualquier lazo familiar se rompe y todos resultan perjudicados, heridos en sus sentimientos.
El adulterio golpea nuestra vida. En lo personal y lo espiritual. Es un fenómeno social que cobra fuerza y destruye vidas. Si nos preguntamos, a la luz de la Biblia, si es permitido este comportamiento, la respuesta categórica es un NO. El Plan divino es que en el matrimonio hayan dos. Nada más. El hombre y la mujer.
Le invito para que nos acompañe a los próximos capítulos en los que seguiremos analizando esta práctica, considerada una de las inmoralidades sexuales más comunes de nuestro tiempo.
© Fernando Alexis Jiménez
Capítulo 2
Comenzó con un correo electrónico. Uno solo. Después de haber abierto su página personal en un servicio de la Internet. "Me pareció muy atractivo. Coincidencialmente vivimos en la misma ciudad. Quisiera que nos encontráramos, para tomarnos algo. Marién".
El joven miró el correo, pensó unos instantes y lo cerró. Definitivamente no le interesaba. Estaba casado, desde hacía dos años. Es más: tenía una hermosa bebecita. No le quería fallar, ni a Dios, ni a su esposa y menos, al ministerio que desempeñaba en la congregación, como parte del coro.
Eran apenas las ocho y cuarenta minutos de la mañana. Los empleados comenzaban a llegar a las oficinas administrativas de la compañía aérea en la que se desenvolvía. El pensamiento le asaltó de nuevo: ¿Qué tendría de malo si leía el email nuevamente? La tentación fue mayor que sus fuerzas. Al menos así lo rememoraría tiempo después. Y respondió: "Agradezco sus palabras. Soy casado. Pero insisto: le agradezco".
A partir de ese primer acercamiento, los mensajes electrónicos fueron y vinieron en una sucesión que parecía interminable, a toda hora, varias semanas, por un tiempo que le pareció excesivo. En una de las cartas la joven le remitió su fotografía. Era linda. Y se dejó atrapar por la red.
Francisco y Catalina se encontraron por primera vez un viernes en la tarde. Él salió temprano del trabajo, con un pretexto cualquiera. Ella no asistió a las dos últimas clases de la universidad. El encuentro le pareció a los dos maravilloso. No hablaron de amor, sino de trivialidades: cine, deportes, música… Quedaron en encontrarse de nuevo.
Los días se le hicieron eternos al joven. Por un lado, quería encontrase de nuevo con la estudiante, por la que no podía negar su atracción. Pero por otra parte le asaltaba la sensación de culpa. Fallarle a su cónyuge, ministrar en los cultos y de paso, arrodillarse a orar, le resultaban un motivo recurrente para que la conciencia lo torturara.
Cayeron en infidelidad y conforme pasaba el tiempo, se iban comprometiendo más. La relación de Francisco terminó en divorcio. Ya no está en el ministerio…
A Lina María sus primeras incursiones en el adulterio, tuvieron lugar cuando trabajaba en una compañía de construcción. Era secretaria. Además de bonita, eficiente. La rodeaba un hogar feliz. Su esposo, comprensivo; sus hijos, amorosos. "Un cuento de hadas", como le dijera su hermana Lucía.
Aunque su decisión contrariaba al jefe, apenas el reloj marcada las cinco de la tarde, apagaba el computador, guardaba todo y salía rumbo a casa. Era un gozo descubrir, asomándose por la ventana, los ojos curiosos de sus hijos que la esperaban con ansiedad.
Pero su historia tuvo un giro inesperado. Justo cuando estaban haciendo cierre de mes, ajustando la nómica. Le tocó trabajar hasta pasadas las ocho de la noche con un ingeniero. "No te angusties, te llevo a casa", le dijo para tranquilizarla.
En medio de balances, comprobaciones matemáticas y corroboraciones de los documentos de identidad de los empleados, no perdía oportunidad para decirle algo bonito, halagador. "Recuerde que soy casada", se defendía ella. El asedio continuó. Ella decidió aquella vez irse en taxi. Pero le seguían rondando la serie de comentarios galantes.
Al día siguiente ni siquiera cruzó mirada con él. Le rehuía. No obstante, él fue insistente. Incluso, en los días siguientes, le trajo chocolates que discretamente le colocó en el escritorio.
Y su actitud inicial de rechazo, fue cambiando casi sin darse cuenta. Cuando menos lo pensó Lina María, estaba comprometida en una cita con aquél profesional de la constructora, y después de un aperitivo, en un restaurante elegante de la ciudad, vino un toque de manos, con sutileza, que minutos después dio lugar a un beso furtivo.
Cayó en adulterio. Algo doloroso, para ella y para su esposo, cuando le descubrió unos mensajes de texto que le hizo llegar el amante al teléfono celular.
El matrimonio continuo por diez meses más antes que definitivamente se fuera a pique, como una embarcación rota en altamar. La disposición de perdón que inicialmente manifestó el cónyuge fue reemplazada posteriormente por la desconfianza y la sensación de que en cualquier momento lo traicionaría de nuevo.
De acuerdo con la concepción bíblica, el adulterio es la relación sexual voluntaria entre una persona casada y otra del sexo opuesto que no es su cónyuge. Aquí es importante anotar que en criterio del pueblo israelita, fundamentados en la Ley, el matrimonio debía tener la más elevada condición moral, lo que incluía por supuesto, la relación con los hijos. En este principio de vida estaban por encima de las naciones circundantes. No en vano el guardarse del adulterio es el séptimo mandamiento divino proclamado desde el Monte Sinaí (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:17. Cf. Mateo 19:18; Romanos 13.9; Santiago 2:11).
Sobre esta base, en aquellos tiempos y hasta poco después de que el Señor Jesús desarrollara su ministerio terrenal, quienes incurrían en esta conducta eran penados con la lapidación, como leemos en la Palabra: "Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel"(Deuteronomio 22:22). La situación era tan delicada que si había sospecha de adulterio, la mujer debía ser sometida a juicio (Números 5:11-31).
Aunque los cristianos no estamos sujetos a la Ley, no podemos incurrir en el adulterio. El Señor Jesús lo dejó muy claro cuando enseñó: "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio; pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en el corazón"(Mateo 5:27, 28).
Observe que incluso el deseo, ya es adulterio delante de nuestro Dios. Este principio nos llama a tener cuidado con la "segunda mirada". ¿La conoce? Es la actitud de quien inicialmente se siente atraído por la belleza de una mujer o lo apuesto de un hombre, pero en cuestión de milésimas de segundos—invadido o invadida por la tentación o el deseo—vuelve a mirar y ya lo hace con otro propósito.
¿Es posible evitar el adulterio? A la pregunta de si es posible evitar caer en adulterio, la respuesta absolutamente que sí. Recuerde que la decisión de caer en pecado o no, tras enfrentar la tentación, es nuestra y nada más que nuestra.
En la Biblia leemos que cada quien decide si deja que tome fuerza la tentación: "Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte"(Santiago 1:13-15).
Esta Palabra es contundente porque nos hace responsables, a usted y a mi, del pecado en el que podamos incurrir.
Lo más común para quien cae en pecado de inmoralidad, es justificarse en por lo menos tres excusas:
1.- "Es culpa de la otra persona, que me tentó".
2.- "Todos lo hacen, ¿por qué entonces me cuestionan a mi?"
3.- "Realmente no pude resistir la tentación".
4.- "Fue solo un error".
5.- "¿Qué me exigen a mi? Al fin y al cabo nadie es perfecto".
6.- "El diablo me obligó a hacerlo".
7.- "Me presionaron y por eso caí en pecado".
8.- "Yo no sabía que aquello era malo".
9.- "Es que Dios me estaba tentando".
El Evangelio de Juan nos presenta una escena de la que debemos tomar nota porque ilustra un caso de adulterio. Lo hallamos en el capítulo 8, desde el versículo 1 hasta el 11, en donde se nos relata la historia de una mujer que traída ante el Señor Jesús por los escribas y fariseos. ¿La razón? Había sido sorprendida teniendo una relación sexual con un hombre que no era su marido.
Frente al juzgamiento que aquellos religiosos realizaron acerca del comportamiento de aquella persona, y que tal vez es la misma actitud que asumimos muchos de nosotros desconociendo cuál es nuestra situación moral, Jesús "…se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella"(Juan 8:7).
Es importante revisar nuestra vida. Es probable que estemos acariciando el pecado del adulterio y que lo justifiquemos bajo un barniz sutil diciendo que "..en las cosas del corazón no manda nadie". O tal vez hayamos confundido los sentimientos y creamos que estamos enamorados de alguien distinto de nuestro cónyuge. ¡Mucho cuidado! Es imperativo que vayamos a la presencia de Dios en oración. Solamente Él puede fortalecernos cuando enfrentamos la tentación.
Resulta significativo que al marcharse cada uno de los acusadores, quedaron únicamente el Maestro y la mujer adúltera. "Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?¿Ninguno te condenó?. Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te contenido; vete, y no peques más"(Juan 8:10-12).
Si reconoce que está en adulterio, tenga claro que si confiesa su pecado delante del Señor, Él le perdona y ofrece una nueva oportunidad. Pero, y permítame enfatizar en ese pero, es imperativo que renuncie a ese comportamiento inmoral. Se requiere que corte de raíz esa atadura. El Hijo de Dios lo fortalecerá si se lo pide.
Si se congrega en una iglesia, vaya donde su pastor, infórmele lo ocurrido y él le guiará en el proceso de restauración. Recuerde que no está bien que siga ministrando en el altar si hay pecado de inmoralidad en su vida.
En caso de no ser una persona comprometida con una congregación, igual: arrepiéntase delante de Dios y emprenda ese proceso de cambio. En lo posible, comience a asistir al grupo de creyentes más cercano. Recuerde que solo en oración y dependiendo de Jesucristo, podemos alcanzar la victoria.
Y a usted que no ha reconocido que algo anda mal, permítame hacerle una pregunta: ¿Vale la pena arriesgar su matrimonio e incluso su futuro por una relación que sin duda es pasajera y traerá dolor a su vida y a la de sus seres queridos? ¡Renuncie hoy al adulterio! Es por su propio bien…
© Fernando Alexis Jiménez
Capítulo 3
"¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios." (1 Corintios 6:9, 10)
En su mente se grabó la idea de que jamás podría llegar a hacer algo que valiera la pena. Era una idea recurrente. Justo cuando alcanzaba un peldaño en la escalera hacia la cumbre de los propósitos que se fijaba y a los cuales renunciaba fácilmente, aparecía la imagen de que era un fracasado.
Esa convicción, que tenía afincada en su corazón como un sello grabado incandescente en la piel, nació en Arnobio a partir de los doce años cuando fue abusado por un inquilino, en una casa humilde en la periferia de Tegucigalpa. Ese día marcó su desgracia. En adelante pensó que nada tenia sentido y que, por mucho que se esforzara, estaría atado a su pasado, porque "lo habían desgraciado para siempre".
Una de sus mayores torturas era recorrer las cinco cuadras que le separaban de su colegio, grande, de salones acogedores con amplios ventanales por los que entraba el sol al morir la tarde, y su casa, que asociaba siempre con la tristeza. Aunque tenía todas las comodidades y su madre lo esperaba, invariablemente con una sonrisa amplia, vistiendo sus delantales de colores que le parecían festivos y que le semejaban a un carnaval, le invadían los recuerdos dolorosos del momento en que fue violentado.
Pero lo más grave estaba por venir. En medio de su confusión no sabía quiénes realmente le atraían, si las mujeres o los hombres. Quizá le parecía más estimulante la fuerza. Y creyó por momentos que quien podría colmar sus expectativas de amor y seguridad, sería el profesor de matemáticas que un día, después del tiempo de recreo, le sugirió quedarse para repasar algunos problemas de algebra. Esa cita extra oficial terminó con su primera relación homosexual.
A un encuentro se sucedieron otros. Arnobio estaba cada vez más confuso. Cuando menos lo pensó, terminó la relación con el docente y se involucró con un estudiante dos años mayor que él. Lo veía en las clases de educación física. Y lo creyó atractivo. Su relación fue conflictiva desde el comienzo y desencadenó en una tremenda escena de celos cuando lo vio salir con una chica que intuyó, sería la novia.
Creyendo que podría escapar del infierno en el que se convirtió su vida, ingresó al Seminario, a cursar la formación para sacerdote. Pero todo siguió igual.
Un día, después de esa carrera de desorden, cuando quiso no seguir más en lo mismo, se arrodilló en actitud de oración para pedirle a Dios que le permitiera salir del laberinto. No fue fácil. Constantemente sentía inclinación de volver a lo mismo. Y aunque al comienzo iniciar una relación con una joven, el esfuerzo valió la pena. Tres años después clarificó lo que él llama "amor" por alguien del sexo opuesto. La chica tuvo mucha paciencia, sobretodo cuando él en medio de su desesperación le repetía que era homosexual y que no había caso, que lo mejor era renunciar. Finamente contrajeron matrimonio. Hoy sirve en una denominación carismática de su país…
¿Valió la pena echar todo por la borda?
El ventilador zumbaba con el ruido de un helicóptero que pasa demasiado bajo en una concentración de casas de una ciudad poblada. Las aspas parecían querer salirse del límite que le marcaba el motor. Aún así, hacía calor.
En un extremo se encontraba, Andrea. Al otro, su esposo. Y en un asiento, a pocos centímetros del juez, en lo que se podía aprovechar del diminuto espacio de la oficina, Viviana, la amante de la mujer.
--Como ya no necesitamos mayores explicaciones a lo que ha ocurrido, creo que debemos proceder—dijo el funcionario. Una secretaria tomaba nota, en un pequeño escritorio, contiguo.
Nadie dijo nada. Solo en el hombre se veía una amalgama de alegría y tristeza. Alegría porque recuperaba a sus hijos, nostalgia, porque oficializaba la separación de la joven que por espacio de diez años había sido su esposa.
El drama comenzó tiempo atrás cuando ella decidió cursar unos módulos de inglés. Se hizo muy amiga de Viviana y, antes que llegar a casa temprano en la noche, comenzó a encontrar excusas para retrasarse. Los viernes iban a bailar, por encima de lo que dijera el esposo de Andrea. Un día él descubrió, por una tarjeta, que era en locales de ambiente, frecuentados por homosexuales y lesbianas. Lugares de mala muerte donde, además de lo que se vivía, se presentaban espectáculos que atentaban contra la moral.
El día que le hizo el reclamo, ella simplemente lo aceptó. Lo retó incluso para que iniciaran los trámites del divorcio. Pareció que no le importó tener que renunciar a sus hijos. Cuando fue junto a su marido en procura de consejería pastoral, se defendió argumentando que tenía inclinaciones por personas del mismo sexo desde adolescente, y que ahora se había enamorado.
La separación fue traumática, sobretodo para los niños. El único vestigio de conciencia de lo que estaba haciendo, lo dejó entrever cuando comento que se sentía enredada, atrapada, como en un callejón sin salida.
Echó a perder su testimonio de vida
A Arturo siempre le reconocieron en casa, su marcada vocación por las cosas de Dios. "Es muy consagrado", solía repetir su abuela, que invariablemente lo llevaba al servicio dominical. Algo hermoso, si se mira desde la perspectiva de quien edifica a alguien en la fe cristiana. Complejo, por la sobreprotección a la que se vio sometido.
El joven jamás dio explicación del momento en el que se vio inmerso en actividades homosexuales, pero su condición salio a la luz el día en que, después de un servicio de jóvenes el sábado al caer la noche, fue sorprendido con otro muchacho en un acto de inmoralidad.
El pastor tuvo un diálogo con él. Procuraba que entrara en razón, además de exhortarlo para que en adelante no asumiera ninguna posición de liderazgo en la sociedad de jóvenes de la iglesia. Arturo prefirió no volver. A pesar de las lágrimas de su abuela, dejó de ir progresivamente a los servicios de la congregación.
Lo conocí en un hospital de Santiago de Cali. Se encontraba en la Unidad de Cuidados Intensivos, en estado terminal. Demacrado. Sin brillo en los ojos. Desilusionado. Hablamos de Dios, de la oportunidad que Él ofrece a quienes se arrepienten, de que siempre hay una oportunidad.
"Yo no creo que haya para mi un nuevo mañana", dijo. Su argumento, con palabras quedas, eran los diagnósticos cada vez más desalentadores de los médicos. Fruto del Sida que enfrentaba tres años atrás, una infección estaba robándose la vida minuto a minuto.
Me contó que después de dejar de ir a la iglesia, se involucró aún mucho más con sus compañías homosexuales. Iba a fiestas, frecuentaba tipos de mal vivir que incluso le llevaron al consumo de drogas. La prueba de VIH salió positiva después de ser, literalmente, obligado por el médico, para que se practicara unos exámenes. Era la única forma de explicarse las manchas de rojo muy intenso que aparecieron en varias partes de su cuerpo, las náuseas, la fiebre imparable y la diarrea que llevo a que perdiera peso rápidamente.
"Descubrir que tenía Sida fue demoledor", me dijo en la confidencialidad de ese cubículo donde sólo se escuchaba el bip-bip de los monitores. Se arrepintió de su vida de pecado e incluso, reconoció que se dejó arrastrar por el comportamiento homosexual. "Igual me atraían las chicas, pero preferí los hombres". Fue su opción. Murió.
Igual que su familia, lamente que una vida tan joven se hubiese perdido. La abuela solo se limitó a decirme: "Echó a perder su testimonio de vida".
Hoy por hoy el homosexualismo y su manifestación en el género femenino, el lesbianismo, se ha convertido en una de las practicas de progresivo y sostenido crecimiento, pero a la par, con aceptación social.
El argumento de quienes defienden este comportamiento, es que se nace con inclinación hacia personas del mismo sexo. Sin embargo no hay un estudio científico que avale en un cien por ciento esta afirmación. Quizá recuerde la investigación ampliamente difundida en 1992, en la cual se realizó una investigación de más de 30 horas, sobre artículos científicos—3.400 en total publicados desde 1975—sobre posibles causas genéticas, biológicas, neurológicas u hormonales del homosexualismo, y ¡sorpréndase! Solo se hallaron dos escritos que merecieron una cierta consideración (Estudio citado por la Dra. Dawn Siler, de la Seattle Pacific University, en una conferencia titulada "Are Homosexuals Born or Made?", el 13 de mayo de 1991, en su clase de Sexualidad Humana).
La Revista "Science" publicó en 1991 un estudio del especialista, Simón Le Vay; quien se declara abiertamente homosexual, en el cual mostraba las diferencias que—según él—existen entre los cerebros de un homosexual y de quien es heterosexual (Ver Trudy Hutchens, "Homosexuality: Born or Bred?", Family Voice (June 1993): 14; William A. Henry III, "Born Gay?", Time (July 26, 1993): 36-39).
Entre los fallos que posteriormente se cuestionaron a su investigación, estaba el hecho de que se utilizaron solamente 41 cadáveres, dado que se trata de una investigación de una magnitud tan grande que pretende trazar derroteros para una sociedad disímil como la que integra la totalidad del género humano.
Un segundo elemento es que todos habían fallecido como consecuencia del Sida o complicaciones colaterales, lo que sin duda puede afectar el tejido del cerebro. Aunque los medios de comunicación difundieron ampliamente sus conclusiones, no publicaron el hecho de que el doctor Simón Le Vay no estaba seguro si muchos de los cadáveres investigados pertenecían o no a heterosexuales. En síntesis, su estudio presentaba inconsistencias.
Dos científicos de la Universidad de California, en Los Ángeles, los doctores Allen y Gorski, publicaron un estudio similar pero admitieron que las personas que fallecieron, padecían del Sida.
Otra investigación, en la década de los 90s pretendió probar a partir de estudios en mellizos homosexuales, el origen genético de esta conducta. Sin embargo las conclusiones de este análisis fueron refutadas por la bióloga de la Universidad Brown, Ann Fausto Stirling, quien explicó que para hacer tal afirmación debió estudiarse a mellizos que fueran criados en diferentes condiciones.
Los conocidos investigadores, Master y Johnson, en su libro "Sexualidad humana", páginas 319 y 320, aseguran que la teoría genética de la homosexualidad carece de fundamento hoy día y que no hay comprobación de que tenga fundamento en mecanismos hormonales.
No debe sorprendernos que el homosexualismo tenga tantos aliados entre científicos. Desde 1973 la Asociación de Siquiatría de los Estados Unidos retiró la homosexualidad de su Manual de Diagnóstico de la lista de los desórdenes.
Dios nos concibió con un cuerpo perfecto. Es así como la vagina, de la que se hace uso en las relaciones heterosexuales, está recubierta por una mucosa que impide el fácil ingreso de virus, mientras que el recto está diseñado para asimilar hasta último momento los alimentos útiles y contiene vasos linfáticos extremadamente desarrollados que absorben hasta medicamentos y, por supuesto, virus. Recuerde que antes del descubrimiento del Sida como tal, el 90% de quienes tenían prácticas homosexuales estaban frecuentemente infectados por múltiples enfermedades, entre ellas la Hepatitis B.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario