Ramsés III y la conspiración del harén
Ramsés III, el último gran faraón de Egipto, se enfrentó al final de su vida a una conjura para arrebatarle el trono urdida por su esposa Tiy. Los culpables fueron detenidos y juzgados, pero ¿sobrevivió el faraón?
El faraón era anciano y estaba enfermo. Una de sus esposas urdió una conjura para que su hijo heredase el trono. Y aunque los conspiradores fueron detenidos y juzgados, no sabemos si el rey pereció. Ramsés III es considerado por muchos autores como el último gran faraón de Egipto. Sus exitosas campañas contra los libios y su triunfo sobre los Pueblos del Mar, cuya invasión amenazaba la existencia misma del país, hablan de su capacidad como soberano, pero también dan la medida de los problemas a los que tuvo que enfrentarse. Problemas grandes y también pequeños, como la primera huelga conocida de la historia, protagonizada por los obreros que construían las tumbas del Valle de los Reyes. Pero hubo más. Por si las amenazas extranjeras y los problemas económicos no bastaran, una conspiración en su círculo más íntimo amenazó con expulsarlo del trono.
El cerebro de la conspiración fue Tiy, esposa secundaria de Ramsés III y madre de un príncipe a quien, durante el proceso, se llamó Pentaueret. Tiy ansiaba que su hijo subiera al trono en lugar del heredero -el futuro Ramsés IV-, hijo de la esposa principal del faraón, Isis-Merenaset. El complot se urdió en el harén real, situado probablemente en el complejo de Medinet Habu, donde se levantaba el templo funerario del rey junto a otros edificios destinados a albergar la corte y sus servidores. No era extraño que las esposas del rey compitieran para conseguir que sus hijos ocuparan el lugar más alto posible a cualquier precio. Para ejecutar su plan, Tiy necesitaba ayuda dentro y fuera del harén. Dado el clima de insatisfacción que reinaba en la corte, encontró numerosos aliados, entre ellos, seis mujeres, «esposas de los Hombres de la Puerta del harén, que se aliaron con los hombres, cuando discutieron los planes». Los conjurados, además de armas, disponían de un recurso singular para atacar al faraón: la magia. Mediante el uso de prácticas mágicas con textos y figurillas de cera se pretendía neutralizar a la guardia y entraren palacio. Para cumplir sus propósitos, la reina Tiy necesitaba que el soberano se trasladase a Medinet Habu, lo que sucedió el día 15 del segundo mes de la estación shemu del año 30 de su reiando.
Como el faraón, de más de 60 años, se hallaba debilitado por su avanzada edad y sufría arterioesclerosis, los conjurados confiaban en su éxito. Gracias a la magia y a la participación de miembros de la guardia real, que abrieron las puertas de palacio, los traidores lograron entrar en el harén. Pero la traición fue descubierta -no se sabe muy bien cómo- y se apresó a los culpables. Pese a lo monstruoso del crimen, Ramsés III refrenó su ira y creó una comisión para juzgar a los culpables. Se procesó a 38 personas, de las cuales 34 fueron condenadas a diversas penas, incluyendo la muerte. Algunos egiptólogos creen que el anciano Ramsés III murió durante el proceso, que concluyó bajo su hijo y sucesor Ramsés IV. Por otro lado, se cree que la cabecilla del complot, la reina Tiy, se suicidó, y su nombre fue borrado para que no alcanzara la inmortalidad.
El faraón era anciano y estaba enfermo. Una de sus esposas urdió una conjura para que su hijo heredase el trono. Y aunque los conspiradores fueron detenidos y juzgados, no sabemos si el rey pereció. Ramsés III es considerado por muchos autores como el último gran faraón de Egipto. Sus exitosas campañas contra los libios y su triunfo sobre los Pueblos del Mar, cuya invasión amenazaba la existencia misma del país, hablan de su capacidad como soberano, pero también dan la medida de los problemas a los que tuvo que enfrentarse. Problemas grandes y también pequeños, como la primera huelga conocida de la historia, protagonizada por los obreros que construían las tumbas del Valle de los Reyes. Pero hubo más. Por si las amenazas extranjeras y los problemas económicos no bastaran, una conspiración en su círculo más íntimo amenazó con expulsarlo del trono.
El cerebro de la conspiración fue Tiy, esposa secundaria de Ramsés III y madre de un príncipe a quien, durante el proceso, se llamó Pentaueret. Tiy ansiaba que su hijo subiera al trono en lugar del heredero -el futuro Ramsés IV-, hijo de la esposa principal del faraón, Isis-Merenaset. El complot se urdió en el harén real, situado probablemente en el complejo de Medinet Habu, donde se levantaba el templo funerario del rey junto a otros edificios destinados a albergar la corte y sus servidores. No era extraño que las esposas del rey compitieran para conseguir que sus hijos ocuparan el lugar más alto posible a cualquier precio. Para ejecutar su plan, Tiy necesitaba ayuda dentro y fuera del harén. Dado el clima de insatisfacción que reinaba en la corte, encontró numerosos aliados, entre ellos, seis mujeres, «esposas de los Hombres de la Puerta del harén, que se aliaron con los hombres, cuando discutieron los planes». Los conjurados, además de armas, disponían de un recurso singular para atacar al faraón: la magia. Mediante el uso de prácticas mágicas con textos y figurillas de cera se pretendía neutralizar a la guardia y entraren palacio. Para cumplir sus propósitos, la reina Tiy necesitaba que el soberano se trasladase a Medinet Habu, lo que sucedió el día 15 del segundo mes de la estación shemu del año 30 de su reiando.
Como el faraón, de más de 60 años, se hallaba debilitado por su avanzada edad y sufría arterioesclerosis, los conjurados confiaban en su éxito. Gracias a la magia y a la participación de miembros de la guardia real, que abrieron las puertas de palacio, los traidores lograron entrar en el harén. Pero la traición fue descubierta -no se sabe muy bien cómo- y se apresó a los culpables. Pese a lo monstruoso del crimen, Ramsés III refrenó su ira y creó una comisión para juzgar a los culpables. Se procesó a 38 personas, de las cuales 34 fueron condenadas a diversas penas, incluyendo la muerte. Algunos egiptólogos creen que el anciano Ramsés III murió durante el proceso, que concluyó bajo su hijo y sucesor Ramsés IV. Por otro lado, se cree que la cabecilla del complot, la reina Tiy, se suicidó, y su nombre fue borrado para que no alcanzara la inmortalidad.
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