En el libro de Daniel, Dios reveló acerca de lo porvenir en cuanto al dominio mundial dos veces, aunque de manera diferente. Primeramente lo hizo a través de Daniel, interpretando este el sueño que tuvo el rey Nabucodonosor, (Dn. 2). En segundo lugar, lo reveló directamente a Daniel a través de sueño y visiones (Dn. 7: 1), y esta vez con algunos más detalles a considerar.
La visión de las cuatro bestias y su significado, le fue dada a Daniel para hacernos entender que Dios lo sabe todo, está al corriente de todo, y por encima de todo lo que tiene que ver con los asuntos de los hombres.
Según el texto y su contexto, a Daniel se le comunicó lo que iba a acontecer en cuanto al proceso y fin del dominio mundial de los gentiles (ver Lc. 21: 24), es decir, con el fin del orden mundial existente en estos tiempos y tiempo próximo. También esto se puede entender, como el fin de esta civilización actual, tal y como la conocemos.
Dios quiso que Israel hubiera sido desde el principio, la nación cabeza de las naciones sobre la tierra; que Israel hubiera sido el canal para el gran reino mesiánico del Señor sobre toda la tierra, pero la condición expresa fue ser hallado fiel y obediente al Señor:
Decimos “por el momento”, porque también Dios se dispuso de unos años especiales, para tratar con Israel y Jerusalén, preparando a Su pueblo para recibir un cambio de corazón y recibir la salvación (ver Ro. 11: 26), y estar listo para entrar en el Milenio, esta vez, como cabeza y no cola. Esos años especiales son las Setenta Semanas o 490 años, (ver Dn. 9: 24-27). De ese tiempo determinado, sólo queda por cumplirse siete años, los que se corresponden con el periodo de la Tribulación que viene sobre este planeta.
Por la infidelidad de Israel, el reino del mundo fue entregado a los gentiles, y así pues, a partir de ese tiempo, cuatro imperios gentiles se levantaron hasta nuestros días. Estos imperios los veremos representados en esas cuatro bestias (Dn. 7: 3) o cuatro partes de la estatua de hombre que soñó el monarca Nabucodonosor (Dn. 2)
El pecado continuo de los de Judea, sin arrepentimiento nacional, finalmente provocó el juicio de Dios, del cual los profetas Jeremías, Habacuc y Sofonías habían dado suficiente advertencia por años.
El Dios de Israel, después de tantas y tantas veces advertir a Su amado pueblo de que, de continuar con su pecado iba a apartarse de él, a la postre ese juicio llegó a cumplirse. El Señor entregó en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios (Dn. 1: 2). La deportación a Babilonia, ya profetizada por Jeremías, iba a durar sólo 70 años (Jer. 25: 11, Dn. 9: 2), pero el dominio de esos reinos sobre los judíos y su nación, iba a perpetuarse hasta nuestros días.
El Israel del reino del norte había caído tiempo atrás en manos de los asirios, hacia el 722 a.C.; ahora, con la cautividad de Judá, el juicio había llegado a su complexión final. Empezaba el tiempo de los gentiles, que siguió y continuará hasta bien entrada la Gran Tribulación la cual todavía ha de venir sobre este mundo, al poco que se levante el Anticristo (Ap. 13).
Pero al final de esa Gran Tribulación, se cumplirá lo siguiente:
Así pues, el período del tiempo del dominio de los gentiles, empezaba con la cautividad de Judá bajo Nabucodonosor, rey de Babilonia (2 Cr. 36: 17-21); desde entonces, Jerusalén ha sido “hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lucas 21: 24). Sabemos que esos tiempos están ya para terminar, entre otras cosas por el hecho de que los judíos reconquistaron su capital eterna el 7 de Junio de 1967. Pronto, muy pronto la última shabua – o semana de años – empezará (Dn. 9: 27) (ver http://www.centrorey.org/temas16.html)
Entendiendo mejor acerca del Reino
Así pues, reconsideremos todo esto: Daniel recibió Palabra del Señor con respecto a etapas sucesivas de dominio mundial gentil (no judío) a lo largo de los siglos. Esto iba a ser así – como ha sido y aún sigue siendo- hasta que se levante glorioso el Mesías conquistador, el cual derrocará todo dominio gentil sobre este planeta e instaurará un reino de paz a partir de Jerusalén e Israel. Esta última e importantísima consideración, fue profetizada por Isaías, tiempo atrás de Daniel, y también por Zacarías:
Por eso no deja de sorprendemos de que haya creyentes que prediquen y crean que este mundo tal y como lo conocemos, va a ir a mejor en todos los sentidos porque los cristianos iremos mejorándolo y transformándolo, cuando la Biblia nos dice clarísimamente, que hay un fin determinado y establecido del mismo, y que sólo Cristo en Su venida gloriosa cambiará todas las cosas, y lo hará en un momento y de forma absolutamente notoria:
Ese será el verdadero Reino visible para todos los que estén en pie en ese tiempo, que se prolongará hacia la eternidad (ver Ap. 20; 21):
El problema estriba en cuanto al entendimiento del Reino. Tanto “el reino de Dios”, como “el reino de los Cielos”, son expresiones análogas las cuales se refieren al dominio de Dios sobre todos aquellos que le pertenecen. El reino es ahora manifestado sobre el corazón de los creyentes (Lc. 17: 21), y un día será establecido literalmente en un reino terrenal (Dn. 2: 34, 35; Ap. 20: 4-6). Así pues, el reino de Dios es una realidad presente, pero en su sentido completo es un hecho de cumplimiento futuro.
Cuando vuelva el Rey, vendrá el Reino.
Nótese también, que la Palabra nos dice que no habrá más bestias o imperios gentiles después de la cuarta bestia, es decir que Roma será el último: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino...” (Dn. 2: 44). Esto es importante tenerlo en mente.
2. Las tres primeras bestias/la estatua de metales
La visión de los imperios mundiales conforme al sueño de Nabucodonosor, interpretado por Daniel, presenta el curso y la consumación del “tiempo de los gentiles”, es decir, de los imperios mundiales de los gentiles. Acordémonos que esos tiempos de los gentiles comenzaron con el cautiverio de Judá bajo Nabucodonosor (2 Cr. 36: 1-21), tiempo desde el cual Jerusalén ha estado bajo el dominio gentil.
En el primer año del reinado de Belsasar, hijo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, allá por el 555 a.C., narra la Escritura que el varón Daniel tuvo “un sueño y visiones de su cabeza mientras estaba en su lecho” (Dn. 7: 1). Todo ello lo puso por escrito, y dio a conocer lo principal de su experiencia (leer Dn. 7: 2-8)
Vio que los “cuatro vientos del cielo combatían en el gran mar” (Dn. 7: 2). El gran mar es el Mediterráneo, lo cual nos habla de una ubicación geográfica común para todos esos imperios, y esos vientos nos sugieren una gran batalla espiritual angelical. Cuando terminó ese combate, el resultado fue el surgimiento de cuatro bestias del mar, las cuales describiremos, y que tuvieron vínculos fuertes con ese mar y sus habitantes.
Curiosamente otra bestia posterior surgió del mismo mar, la que vio Juan en el Apocalipsis (Ap. 13: 1, 2). Una bestia casi inenarrable, la última expresión de esa cuarta bestia de Daniel, compuesta por partes de las primeras tres, y que encarnará el propio Anticristo. Esa bestia surgirá para la Tribulación que viene.
Las cuatro bestias, se correspondían también con las cuatro partes de la estatua humana que Nabucodonosor soñó en el segundo año de su reinado sobre Babilonia, allá por el 604 a.C. Leámoslo:
Los pies de hierro y de barro, representan la forma final del dominio gentil del mundo, antes que Israel vuelva a recibir el dominio con la venida gloriosa del Mesías. Esa forma final de dominio gentil, será la más pavorosa y atroz que el mundo jamás haya conocido, aunque gracias a Dios será muy breve, sólo durará 42 meses: será un renovado poder romano u occidental encabezado por la Bestia Anticristo (Ap. 13; 17: 11-13; Dn. 7: 7, 8)
El Señor Jesucristo habló acerca de esos días que están por venir, y en el contexto de la Gran Tribulación. Veámoslo:
La primera bestia o la cabeza de oro
“Y dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro” (Daniel 2: 38)
La cabeza de la imagen que era de oro, se correspondía con el rey vigente en los días de Daniel, Nabucodonosor y su imperio. Él fue el mandatario del Imperio Caldeo o Babilónico, 605-539 a.C. El oro era emblemático en Babilonia. Todo lo que se quería exaltar, se cubría de oro, y podemos argumentar que el oro definía muy bien ese imperio gentil. Oro y fastuosidad.
Veamos ahora Daniel 7: 4, el sueño y visiones que tuvo Daniel directamente de parte de Dios:
El león era la representación de Babilonia, por su poder, y su rapacidad. Los leones alados eran parte importante de la ornamentación de esa gran ciudad, y representaban la grandeza del imperio del hombre. Montaban guardia en las puertas de los palacios reales de Babilonia.
Mientras Nabucodonosor tenía alas de águila, él volaba en su arrogancia y soberbia, hasta que esas alas le fueron arrancadas (léase Daniel 4 referente al trato duro que recibió de parte de Dios, que hasta perdió su noción de humano). Esa bestia leonina, símbolo del orgullo, fue humillada y cambiada, hasta el punto de recibir corazón de hombre. Eso implica el resultado del trato de Dios en la vida de Nabucodonosor:
“Y he aquí otra segunda bestia, semejante a un oso, la cual se alzaba de un costado más que del otro, y tenía en su boca tres costillas entre los dientes; y le fue dicho así: Levántate, devora mucha carne” (Daniel 7: 5)
La plata fue el instrumento de pago de los tributos, de modo que la plata es símbolo de ese segundo imperio dominador. En Persia la plata abundaba, y los persas eran tremendamente bien organizados. Impusieron un sistema perfecto de recaudación de impuestos en todas las regiones del Imperio, a las que obligaban el pago de los mismos en plata (2)
Ese imperio Medo-Persa, no tuvo la gloria y esplendor de Babilonia y su oro, pero sí tuvo más fuerza, ya que prevaleció y conquistó Babilonia. También su poderío económico era grande, aunque no tuviera los efectos deslumbrantes de Babilonia.
“Después de esto miré, y he aquí otra, semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en sus espaldas; tenía también esta bestia cuatro cabezas; y le fue dado dominio” (Daniel 7: 6)
Los egipcios llamaban a los griegos los “hombres de bronce”, ya que las corazas de los soldados griegos hechas con ese metal, llamaban poderosamente la atención de aquéllos.
Podemos entender el efecto aterrador que provocaría la visión del ejército griego en el campo de batalla.
En Ezequiel 27: 13, leemos: “Javán, Tubal y Mesec comerciaban también contigo; con hombres y con utensilios de bronce comerciaban en tus ferias”
Javán es Grecia en hebreo, y como puede verse, ya en tiempos de Ezequiel Grecia (Javán) era entendida en el tratamiento y uso del bronce.
Ese nuevo imperio fue el que inició el joven macedonio Alejandro Magno, (nacido el año 356 a.C.) El leopardo nos habla de fuerza y sobre todo, de rapidez y sagacidad a la hora de atacar. Ese imperio llegó a ser vastísimo, desde Europa, hasta África, hasta la India.
Las cuatro alas de ave a las espaldas del leopardo, indican la tremenda celeridad con la que conquistó. Alejandro en pocos años, conquistó el Imperio Persa, incluyendo Anatolia, Siria, Fenicia, Judea, Gaza, Egipto, Bactriana y Mesopotamia, y amplió las fronteras de su propio imperio hasta la región del Punjab (India). Incluso, antes de su muerte, Alejandro había hecho planes para girar hacia el oeste y conquistar Europa.
“Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos. Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas” (Daniel 7: 7: 8)
Como venimos argumentando, todas esas bestias o imperios gentiles a partir de Babilonia, tuvieron una vinculación muy especial con Israel, siempre para el mal. Roma no fue una excepción, sino todo lo contrario. Escribe el comentarista de Matthew Henry:
No obstante, Roma fue absolutamente devastadora en sus conquistas de los pueblos; o bien imponiendo la “pax romana”, o bien esgrimiendo la espada y castigando con la cruz. Lo primero era un sometimiento a partir de una paz impuesta, lo segundo era la destrucción total de las comunidades que conquistaba. Todo ello se corresponde con que la bestia “devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies” (Dn. 7: 7)
Si nos apercibimos bien, esa cuarta bestia, también representada por las piernas y los pies de la estatua del sueño de Nabucodonosor, sufre un proceso o devenir. Irrumpe en la escena mundial siendo fuerte como el hierro (Dn. 2: 40), y usando la fuerza del hierro, pero conforme avanza hacia los pies, nos damos cuenta de que no son sólo de hierro, sino que parte de ellos son barro. Es evidente que pierde fuerza al mezclarse el hierro con el barro. El barro no es un metal, y es débil, y tampoco se mezcla bien con el hierro; ¿qué querrá decir todo esto?
La cuarta bestia sufrió una transformación, hasta el punto de aparentar estar muerta, pero en un momento dado, resurgirá con ímpetu de nuevo con sus diez cuernos sobre su cabeza. Evidentemente, esos diez reyes (o reinos) dominantes, deberán aparecer en el contexto del Imperio Romano renacido, ya que de ninguna manera existieron en el antiguo Imperio Romano. Estudiémoslo detenidamente.
Por la historia sabemos que el Imperio Romano como tal tuvo su fuerza imparable como la fuerza del hierro, hasta que siendo ya notoria su decadencia en hacia el año 395, el emperador Teodosio decidió dividir el imperio entre sus dos hijos, Arcadio y Honorio , para poder gobernar mejor tanto territorio. Así pues el Imperio Romano se divide en el Imperio Oriental con capital en Bizancio con Arcadio como emperador, y el Imperio Occidental con Roma como capital, con Honorio. Esta división en dos, se correspondería con las dos piernas de hierro de la estatua del sueño de Nabucodonosor.
Finalmente en el año 476 d.C., Odoacro depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, y el Imperio Romano como tal dejó aparentemente de existir, aunque prosiguió la parte oriental del Imperio (el Imperio Bizantino), que cayó en el año 1453... pero, ¿fue realmente así? En el sentido natural, quizás sí, pero en el sentido espiritual, no.
No perdamos el enfoque del asunto. Con la extinción del Imperio Romano como tal, la cuarta bestia no muere, sólo se adormece – o más bien, cambia de estrategia. No olvidemos que la cuarta bestia es Roma, y será así hasta el final.
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