La antropología cristiana, revelada precisamente por Jesucristo en el nombre de Dios, nuestro Creador, nos lo descubre: fuimos creados para la felicidad; una felicidad que inicia en esta vida y alcanza su plenitud en la vida eterna, y para alcanzarla es preciso que demos mucho fruto.
Y, ¿qué significa dar fruto? Se trata de la fecundidad interior, no del éxito exterior. Tenemos que aprender a ver las cosas no con los ojos miopes humanos, sino con la visión de Dios. Los éxitos y fracasos ante los ojos de Dios son, por lo general, muy distintos de los que considera el mundo como tales. La clave está en el amor. Sí, el amor es el que fecunda todas nuestras acciones; es el que suscita todos los bienes. Por tanto, nuestros frutos han de ser frutos producidos por el auténtico amor, y ése es el que el ser humano puede ofrecer, toda vez que él mismo lo ha recibido de Dios: “Nosotros amamos porque Dios nos amó primero.” (1Jn 4,19).
El Señor Jesús nos da el único criterio para medir la verdadera fecundidad de nuestra vida y nuestras acciones: “El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).
Vivimos actualmente una de las peores crisis de fe que se reflejan en tanta violencia, opresión, injusticia, corrupción, perversión de las costumbres, hambre, desempleo, etc. todos ellos fruto del desamor, del egoísmo extremo, porque la gran mayoría de los que se llaman cristianos, paradójicamente se han separado de la Vid, de Jesucristo, quien es el amor encarnado de Dios Padre. Y ya, desgraciadamente, ni la seria advertencia que enseguida hace Jesús, mueve los endurecidos corazones: “Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.” (id. v.6)
Sólo en la unión íntima con Cristo podremos ser fecundos y dar abundantes frutos de amor, y esa unión nace y crece a partir de nuestra fe en Él; de creer en Él y creerle a Él y a su Palabra, y por ende obedecerle y depender de Él, para poder hacer la voluntad del Padre.
Es indispensable y urgente revisar qué tipo de frutos estamos dando; si son de egoísmo, de odio, de envidia, de avaricia, de inequidad, o bien de los que con ellos damos gloria a Dios, al ser abundantes y conformes a su voluntad (Cfr. Jn 15,8)
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