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Al igual que en todo lo referente a nuestra vida y nuestra relación con Dios, Él lo quiere todo o nada

El más grave peligro para el cristiano en la época actual a la que se le ha dominado como la ‘Época del Postmodernismo’, es el de llegar a perder la verdadera fe. Sin ánimo de exagerar, pero sí de enfatizar en esta triste y preocupante realidad, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que una gran mayoría de bautizados están en el proceso, en vías de perderla, cuando no sea que la han perdido ya.

Pero, ¡ojo!, nos referimos a la verdadera fe, la que como afirma la Palabra de Dios: “es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven”. La que es también “la respuesta positiva a la Palabra  de un Dios que sabemos que es un Padre amoroso”. Y así podríamos hacer mención de otras definiciones más; todas giran en torno al hecho de “creer y creerle a Dios y a su Palabra; confiar cabalmente en Él; obedecerle a Él; depender totalmente de Él y abandonarnos absolutamente en Él”. En esto consiste la verdadera fe, y no en sentimentalismos y emociones; mucho menos en superficialidades o parcialidades; y todavía menos en convencionalismo o en comercialismo, es decir en condicionarla para obtener algún beneficio.
Al igual que en todo lo referente a nuestra vida y nuestra relación con Dios, Él lo quiere todo o nada.

Si nuestra postura es la de creerle solo parcialmente y aceptar únicamente aquello que nos conviene, que nos es fácil, o que va de acuerdo con nuestros criterios o planes, no estaremos jamás en comunión con Él, ni podremos aspirar a la plenitud que nos destine a una eternidad en su presencia.

Así les sucedió a aquellos hombres y mujeres de los cuales nos habla el evangelio de San Juan cuando Jesús les habló del Pan vivo bajado del Cielo; diciéndoles además: “mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. (Cfr Jn 6, 55-56); dice textualmente el relato: “Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede soportarlo?». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo” (Id 66).

¡Cuántos hombres y mujeres que, habiendo sido bautizados y que han vivido por años como cristianos, hoy por hoy real o prácticamente han perdido la fe en la presencia real y verdadera de Jesús! Ello ha significado o está comenzando a significar, la debacle de su fe, porque si no creen en lo que dice Jesús acerca del misterio central, la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, ¿en qué van a creer? Aun están a tiempo de recapacitar.

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